La Albufera Valenciana, fuente de vida.
Valencia no es solo “la tierra de las flores, de la luz y del color”. Es, además, una urbe moderna que está ya a la altura de las grandes ciudades del mundo por su dinamismo, sus constantes avances urbanísticos, su incansable actividad cultural y científica, y la preocupación de sus habitantes y dirigentes por el cuidado y la protección de la naturaleza.

Pero, entre todas las bellezas que encierra esta ciudad hay que destacar el magnífico espacio natural de La Albufera y su entorno, con cuatro ambientes bien diferenciados: la Restinga o litoral que recorre el Parque de norte a sur y que integra en su tramo septentrional a la Devesa del Saler, el Lago, el Marjal (zona arrocera en su mayoría), y el Monte. El nombre de este singular espacio proviene del árabe buhâira, que significa “mar pequeño”. La Albufera alberga en su seno numerosas especies de aves acuáticas, a las que proporciona cobijo y alimentación. Si bien sus aguas son dulces, se comunica con el mar a través de las golas de El Perelló, Perellonet y Pujol que sirven, mediante compuertas, para regular la cantidad de agua que se necesita para el cultivo del arroz. El campesino valenciano, que desde hace décadas vive ligado a este paisaje sabe manejar adecuadamente los períodos estacionales aumentando el nivel del agua cuando crece la mata del arroz y preocupándose por la desecación del terreno cuando llega la recolección y la trilla del grano. Según ellos, éste es el mejor arroz del mundo, fruto de la combinación sin par entre terreno, luz y agua de la zona. Hombre y arrozal constituyen una sola imagen en este frágil mundo donde la vida es el hilo conductor entre el ser humano y la naturaleza.
La Albufera fue declarada Parque Natural en 1986 y se considera uno de los humedales más importantes de España. Con esta decisión se eliminó para siempre el voraz afán especulativo de quienes querían construir un enjambre de urbanizaciones con altas torres. Aún se conservan algunas en La Devesa, dentro de un conjunto de pinares y alejadas de la playa. El único edificio que se mantiene a pie de playa, entre las dunas y el pinar, es el Hotel Sidi Saler, con cuatro alturas y magníficas instalaciones, que no atenta contra el medio ambiente y cuyo enclave constituye un verdadero privilegio para el disfrute del ecosistema.
La diversidad de sus hábitats hace posible la existencia de una gran variedad de fauna y flora. La vegetación, típicamente mediterránea, sobrevive a pesar de la escasez de agua gracias a sucesivas adaptaciones. La vegetación leñosa predomina sobre la herbácea, ya que se adapta mejor a la sequedad del terreno. Las dunas constituyen una riqueza poco cuidada pero de gran interés ecológico. Cuando la arena arrastrada por el viento choca contra algunas piedras u objetos, se constituyen pequeñas dunas que van creciendo con gramíneas, etc. Cuanto más alejadas están del mar, las dunas van tomando consistencia y se agrupan entorno a una vegetación más densa y protectora. Conforme van adquiriendo un mayor tamaño y volumen se erigen en verdaderos guardianes protectores contra los vientos salados del mar y así resguardan, de una manera natural, los cultivos de los labriegos valencianos, que ven en ellas a sus aliadas protectoras. La contemplación de estas dunas desde la playa, con su apariencia frágil y su belleza estática causa un gran impacto a quien las contempla y conoce la gran labor que representan en esta cadena de preservación de la vida a veces microscópica pero siempre fascinante y misteriosa.
A primera vista La Albufera puede dar la sensación de un hermoso paraje digno de ser contemplado, disfrutado y fotografiado, pero hay que introducirse por entre sus cañas y arrozales, por sus limos arenosos, por la restinga, las malladas o el lago para comprender el hermoso milagro de la vida intensa que se desarrolla en su interior. Flora y fauna coexisten en su medio natural dándose soporte y cumpliendo los ciclos correspondientes.
En el lago hay multitud de crustáceos, si bien la creciente contaminación de las aguas provoca que éstos y otras especies se refugien en acequias aún más limpias. Las carpas o las llises se adaptan con más facilidad a las aguas contaminadas. Sin embargo, con las aves el Parque Natural cumple una enorme labor de acogida y preservación. Hay más de 300 especies de aves que utilizan esta zona como su hogar y más de 100 se reproducen en ella. El pato colorado, el ánade azul, el pato cuchara, el ánade silbón y muchas otras desarrollan aquí sus ciclos vitales. Forman un complejo sistema ecológico donde todo está entrelazado: la causa y el efecto, la vida y la muerte. Todas ellas basan su supervivencia en el agua, el torrente sanguíneo que alimenta nuestro planeta.
En este ambiente el hombre es el último eslabón de la cadena. El campesino valenciano, que reparte su vida entre la agricultura (basada principalmente en el arroz) y la pesca (sobre todo anguila, llisa, lubina, etc.), el sufrido hombre de La Albufera que tradicionalmente contemplaba todos los días el cielo y el lago para fundirse con los elementos naturales a los que ligaba su vida y su sustento. Desde la casa típica (la barraca), fabricada con los elementos del entorno: barro, paja de arroz, cañas, juncos, carrizos, etc., hasta la comida que se preparaba en su mesa: allipebre de anguilas, arroz en todas sus variedades, pescados y todo cuanto el medio le proporcionaba. Hoy día el labrador se ha incorporado a la sociedad de consumo y ya no depende exclusivamente de los productos más inmediatos de su entorno.
El hombre ha progresado y la zona es visitada por turistas de todo el mundo, que contemplan fascinados a contemplar una de las más hermosas puestas de sol sobre la laguna, a deleitarse con la serenidad del humedal, a degustar la sabrosa comida de la zona o sencillamente acuden a la llamada de uno de los espacios que existen en España donde la vida silvestre es aún una hermosa realidad.
Aurora Pérez Miguel