¿Qué es la Inteligencia Emocional?
Desde hace unos 2.500 años los antiguos pensadores griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles,…) contraponían la Razón a la Pasión, entendiendo que la primera debería prevalecer sobre la segunda si el ser humano quería encontrar el camino de la virtud, la rectitud, la verdad y, en último extremo, la forma adecuada de llevar a cabo su existencia
Cada vez es más frecuente oír hablar de inteligencia emocional; sin embargo, ¿sabemos realmente a qué nos referimos con este concepto?. Trataré en este breve espacio de dar algunas pinceladas que sirvan para explicarlo.
Desde hace unos 2.500 años los antiguos pensadores griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles,…) contraponían la Razón a la Pasión, entendiendo que la primera debería prevalecer sobre la segunda si el ser humano quería encontrar el camino de la virtud, la rectitud, la verdad y, en último extremo, la forma adecuada de llevar a cabo su existencia. Así, para los Estoicos las pasiones eran demasiado impulsivas e impredecibles para aportar algo válido al pensamiento, representando la debilidad y los aspectos más bajos de la humanidad. La Pasión o pasiones, es decir, lo que actualmente denominamos emociones, afectos, sentimientos, etc., serían lo que llevaría al hombre a verse arrastrado por sus instintos y deseos más primarios e incontrolables. A lo largo de los siglos esta contraposición ha seguido presente en el mundo occidental complicándose aún más con la idea de pecado y vicio.
No fue hasta la segunda mitad del S.XIX cuando, debido fundamentalmente a la influencia de la teoría de Darwin, se comenzó a considerar el valor adaptativo de las emociones, pasando éstas a ocupar un lugar destacado por su importante papel para la supervivencia y comunicación entre individuos. Hoy sabemos que las emociones, al menos las más básicas o primarias, preparan al individuo para afrontar situaciones en las que puede estar en riesgo su supervivencia. Así, por ejemplo, el miedo, que suele ser considerada la emoción más primaria y aparece ante la percepción de un peligro o amenaza, produce en el organismo importantes cambios en un tiempo muy corto, unos segundos, aumentando la tasa cardiaca, la presión arterial, tensando los músculos, etc,. e incrementando la secreción de adrenalina, lo que mejora considerablemente las posibilidades de luchar o huir, en todo caso, de sobrevivir. Por otro lado, hoy sabemos que las emociones primarias, como el miedo, la ira, la tristeza o la alegría, presentan formas de expresión universales comunes a todos los individuos de nuestra especie, con independencia de la época, cultura o lugar de nacimiento; por ejemplo, la expresión facial de ira es similar en un polinesio, un neoyorkino o alguien nacido en Alicante.
Fue también a finales del S.XIX cuando la psicología comenzó a tratar de forma intensiva y continuada el concepto de inteligencia, asociándose ésta habitualmente a los aspectos intelectuales y cognitivos, capacidad de razonamiento, memoria, etc. y dejando de lado otras cuestiones de carácter emocional y/o afectivo. No obstante, a lo largo del S.XX fueron varios los autores de gran relevancia en el estudio de la inteligencia los que señalaron que existen aspectos no intelectuales de la persona que contribuyen a la inteligencia global, apareciendo nuevos conceptos como inteligencia social o inteligencia interpersonal. Esto implicaría que una persona inteligente no solo sería aquella capaz de pensar y razonar de forma eficaz, sino que además debería ser capaz de relacionarse con los otros de manera adecuada y satisfactoria.
No es hasta 1990 cuando dos psicólogos norteamericanos, Salovey y Mayer, emplearon por primera vez el término inteligencia emocional en un artículo publicado en una revista científica, definiéndolo como la capacidad para supervisar los sentimientos y emociones de uno mismo y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para orientar la acción y el pensamiento propios. Esta propuesta y definición de indudable valor no tuvo, sin embargo, demasiado éxito siendo escaso el recorrido y extensión del mismo. Cinco años más tarde, 1995, fue la obra de otro psicólogo y periodista norteamericano, Daniel Goleman, titulada “Inteligencia Emocional”, la que se convirtió en un auténtico best-seller popularizando el término y haciéndolo llegar a toda la sociedad de una forma global. En esta obra se destaca la importancia de la inteligencia emocional para alcanzar el éxito tanto personal como profesional.
La gran expansión que a partir de este momento adquiere la inteligencia emocional y el interés y expectativas suscitados han dado lugar a que en los últimos veinte años hayan aparecido un ingente número de publicaciones, no siempre recomendables, que lejos de aclarar el concepto han servido para crear un cierto nivel de confusión. Tanto es así, que dentro de los ámbitos académicos surgieron dudas razonables sobre si se trataba de un tema de interés para la investigación científica o, más bien, un producto de marketing bien elaborado y promocionado. No obstante, a principios del S.XXI muchos centros de investigación e instituciones universitarias de todo el mundo comenzaron a desarrollar programas de investigación dirigidos a conocer en profundidad la inteligencia emocional, sus bases y aplicaciones.
Tras más de dos décadas de investigación los conocimientos adquiridos en este ámbito se han mostrado especialmente útiles en los campos de la educación y la empresa. En el primero de los casos, son cada vez más numerosos los centros educativos que incluyen programas para la mejora y desarrollo de la inteligencia emocional, comenzando en algunos países, entre los que podemos incluir a España, a integrarse en los programas educativos de enseñanza primaria y secundaria; en el segundo, la empresa, es cada vez más frecuente la utilización de criterios basados en inteligencia emocional para la selección de personal y la implantación de programas encaminados a su desarrollo en trabajadores de distintos niveles. Además, cada vez aparecen más aportaciones dirigidas a los ámbitos sanitario, deportivo y asistencial, entre otros.
Aunque resulta imposible resumir los avances en este campo, creemos de interés para cerrar estas líneas señalar algunas características de las personas emocionalmente inteligentes que se han mostrado reiteradamente avaladas por la investigación científica. Una persona emocionalmente inteligente posee una autoestima adecuada, buenas habilidades sociales, empatía, capacidad para reconocer sus propias emociones y expresarlas, a la vez que ejerce un cierto grado de control sobre sus reacciones emocionales. A su vez, una persona emocionalmente inteligente suele tener una buena motivación, valores alternativos, equilibrio entre la exigencia y la tolerancia (consigo mismo y con los otros) y capacidad de superar las dificultades y la frustración.
Gema Gutiérrez Díaz
Profesora y Tutora del Máster en Inteligencia Emocional e Intervención en Emociones y Salud
Universidad Complutense de Madrid.